Hace 30 años las ofrendas de muertos eran para mi cosa muerta, costumbres rurales sin sentido, dicho de otra forma, no sabía ni jota de ellas. En mi casa no se acostumbraron jamás. Mi mamá francamente rechazaba cualquier cosa relacionada con la muerte.
Pero un día nos convocaron en el trabajo para montar una ofrenda de Día de Muertos; un intento del IMSS por rescatar al tradición más antigua e importante en nuestra cultura, las ofrendas se perdían en aras de una modernidad que veía con desdén, con cierto desaire agregaban: “Esas cosas de indios ignorantes”. ¡Hágame el favor!, ¿quiénes era los ignorantes?, y entre ellas yo.
La maestra Hilda Escobar propuso la ofrenda al estilo del Janitzio, que en esa época era poco conocida. Su conocimiento y sensibilidad en relación con las tradiciones y cultura popular mexicana era garantía de un trabajo excelente con el cual hasta podríamos ganar el primer lugar, el incentivo para realizar el proyecto era un concurso entre los Centros de Seguridad Social del IMSS.
Con la investigación de campo y los utensilios originales obtenidos por Hilda, la buena disposición del personal y la colaboración del alumnado, la ofrenda rebaso todas las expectativas. Pasillos, salones de clase y prado eran transformados, recreado una y un panteón lo más parecido a la usanza de Janitzio, en del intenso trabajo tejía la historia, con el mito y las anécdotas nos enteramos del significado de las ofrendas y de cada uno de los elementos.